El Efecto de la Música

  • Incidencia del estudio musical en diversas áreas del desarrollo infantil, investigación por G. Huároc, L. Huincamán, D. Jimeno, A. Soto y P. Torrealba.
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martes, julio 29, 2008

Lusinghiero soffio

Ayer me la pasé bastante desconcertado al verme de nuevo en mi casita en Santiago, y muy ansioso por la vuelta a (impartir) clases este miércoles. La verdad estar con mi familia me llena tanto, y aún de lejos los siento tan cerca, que verlos de nuevo es casi como no haberme ido nunca.
El domingo me lo pasé con una tremenda pereza de tener que subirme al avión, pero fue un día tan simpático, que recién en el momento de pasar a la sala de embarque me volví a acordar. Estar en Santiago en este momento, en estas circunstancias, tal vez no es lo más maravilloso que me puede estar pasando, pero sí es muy bueno. Tengo mucho de qué agradecer, y me siento feliz por ello muy seguido.
Ayer también me enteré que una amiga convocaba a una oración esa noche en una iglesia, por Carlos, un compañero coreuta de 30 años o algo así, en grave estado de salud, que cayó muy enfermo hace unos meses. Avisé que no podía ir, pues ya tenía algo qué hacer a esa hora. En realidad desde que me enteré de su enfermedad quise visitarlo, pues aunque no fui cercano sí habíamos tenido conversaciones interesantes, pero no estaba recibiendo visitas, así que simplemente de cuando en cuando lo recordaba. Este mensaje de ayer me hizo recordar a otro amigo, Mario, pianista, que se fue a los 27 creo, y su dolorosa lucha contra un extraño deterioro cerebral progresivo que lo mató en dos años. Incluso conversamos con él un día antes y seguía luchando. Esa fue una experiencia terrible para muchos de sus amigos (obviamente aparte de serlo para la familia) y recuerdo haber escuchado a alguien decir que para los jóvenes sufrir la pérdida de alguien de la misma edad es una experiencia muy fuerte, y doy fe de que lo fue incluso para los que no fuimos tan cercanos.
Hoy, que todavía pude darme el lujo de dormir un poquito más y luego otro poquito más, me veía invadido de recuerdos del viaje, y de ensueños que mezclaban esos recuerdos con mil otras cosas, y me sentí muy feliz de haber podido ir, y de haberlo podido disfrutar, bastante a mi manera he de reconocer. Me levanté tardísimo e igual de ansioso que ayer, pero con una sensación de compañía muy rica, un abrazo de ésos que te duran todo el día.
Pero por si no fuera suficiente, hoy me vi confrontado a dos duras realidades. La primera, cuando salía apurado a 15 minutos de que cerrasen el Departamento de Extranjería: un hombre casi de mi edad, a lo mucho 32, en cuclillas al lado de su auto y tomando la mano de su hijo de un año o algo así que estaba adentro, me pidió que por favor llamara por teléfono a una persona conocida suya y le avisara que vieniera a ayudarlo pues se había quedado tieso (inmóvil) por un problema físico (supongo muscular) que lo aqueja. Sin saldo en el celular, y ya que me dio a entender que no se lo podía mover de cualquier forma, por lo menos atiné a recordar que a media cuadra había un centro de llamados y logré dar el mensaje, y se lo confirmé antes de salir corriendo.
Doy gracias por ser capaz de conmoverme, por ser capaz de ayudar, por ser capaz de ceder, por ser capaz de otorgar. Doy gracias por tener un cuerpo que me sirve casi a la perfección aunque no lo cuide todo lo que debiera, por tener un cerebro que lo coordina, y por haber superado muchas limitaciones de salud física, y por haberme podido entrenar en una disciplina física tan delicada como el canto. Doy gracias porque ese mismo cerebro me permite confrontar desafíos, encontrar soluciones, generar ideas, resolver conflictos y aprender. Doy gracias por tener un corazón, un alma, una psique, etc. que saben ser empáticos con los de otros, y saben atender a las necesidades, a los malentendidos, a las aprehensiones, a los prejuicios. Doy gracias porque ellos mismos me dan anhelos, alegrías, logros, sorpresas, satisfacciones.
Hace unas horas me enteré de que anoche falleció Carlos. En verdad no lo esperaba. Hubo una misa a la que no alcancé a llegar, y mañana es el sepelio al que tampoco podré ir. Me hubiera gustado acompañar a nuestros amigos comunes, a quienes ya ni veo. Recuerdo esas pocas cosas de que conversé con él, cosas que a ambos nos gustaban profundamente: el canto, el barroco, Händel, Gluck, los directores de orquesta en barroco, los cantantes en barroco, las versiones de tal o cual obra. Aunque mucha gente no lo comprenda, es muy difícil congeniar con alguien en cosas tan específicas, creo que hasta ahora he conocido a menos de cinco. Doy gracias por haber conocido otro colega en esas cosas. Si suena muy egoísta, lo siento, nunca hablé con él de otras cosas, pero sí abrí la oreja cuando me enteré por sus amigos que era muy buena persona aunque andaba muy ocupado.
Finalmente, doy gracias por este encantador soplo de vida, que me brinda muchas cosas, tal como menciono en el primer párrafo, cosas mías, cosas que comparto con algunos pocos, cosas que comparto con muchos. Doy gracias porque aunque casi siempre me siento muy agradecido, satisfecho, encantado, sorprendido y optimista, la vida me recuerda que es sólo eso, un soplo encantador.

1 comentario:

Patricia dijo...

Hay tanto que agradecerle a Dios.
Un amigo mio de mi edad murio hace unos an~os, contagiado por una enfermedad contraida en el hospital en el que trabajabamos los 2.

En gringolandia no soy tan nerd