El Efecto de la Música

  • Incidencia del estudio musical en diversas áreas del desarrollo infantil, investigación por G. Huároc, L. Huincamán, D. Jimeno, A. Soto y P. Torrealba.
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lunes, octubre 15, 2007

Mi Ecosistema - Blog Action Day

El tema del medio ambiente me remite, para comenzar, a un libro. Tuve la suerte de tener muchos libros de ciencia en casa, pues mi madre es profesora de esa área, y tenía que hacer clases de Biología, Química, Física, también esa cosa llamada "Ciencias Naturales" y alguna vez hasta hizo matemática, temas todos en los que me dejaba meter la nariz, y me quedaba embobado mirando las gráficas del sistema digestivo, de las placas tectónicas, de la cadena alimenticia, o me horrorizaba con los peces abisales. Así que son temas con los que desde piojo siempre tuve mucha familiaridad.
Recuerdo como "trauma" positivo una foto en el libro "El medio ambiente en que vivimos" de Antonio Brack. Era uno de presentación muy modesta, bastante antigüito, de 1975, tenía una puesta de sol en la portada anaranjadísima, y era casi todo en blanco y negro, con tres o cuatro pésimas ilustraciones a color. Mi madre lo usaba mucho, decía que era el más interesante, y una vez lo perdió y encontrarlo fue una odisea terrible. Ese libro llevaba una imagen que nunca se me borró: una vicuña muy joven sonriendo a la cámara.

Te estoy hablando de un libro que ya existía en el Perú de los 80's y que en el entorno escolar era totalmente desconocido, pues no seguía el esquema curricular de turno. Recuerdo a mi madre quejándose de que todos los textos escolares traían los mismos textos con contenidos reducidos en exceso, las mismas ilustraciones horrorosas, y que así los alumnos no iban a aprender nada.

En casa teníamos, además de los típicos textos enciclopédicos, unos más viejos todavía que creo eran rusos o de la ex-URSS, con títulos tan sugerentes como Zoología recreativa, Física recreativa, y así por el estilo. Todos libros con geniales narraciones de contenido científico, con las que terminabas tan fascinado como con las novelas de Verne, pero además quedabas con la certeza de que todo lo que leías era comprobable, y libros que lamentablemente no encontrabas en cualquier kiosco ni supermercado. Osea, los muy buenos programas de tv de los últimos años tipo "El domador de tiburones" o "Juguemos a Benjamin Franklin", enfocados sobretodo a niños y adolescentes, para mí son sólo una versión audiovisual de cosas hechas mucho antes.

Y bueno, ahí el lado teórico. Ahora vamos al lado genético:

Mi padre nació en Lima, pero siempre tuvo el alma en cualquier otra parte, y sus fotos más geniales eran en la chacra de sus abuelos paternos, si no me equivoco en Cotahuasi, un rincón de Arequipa. Al mismo tiempo, por su lado materno, estaban (o están, no lo sé) las tierras de sus abuelos en Huancaní, un pueblo cerca de Huancayo, a un lado del Mantaro, a donde mi abuela todavía va a socializar todos los años. La casa donde hasta ahora vive mi abuela en Pueblo Libre queda a dos cuadras de la U. Católica, y recuerdo que cuando era chico mis tíos nos llevaban a jugar ahí, que aún era una inmensa chacra con acequias y animalitos que aparecían de la nada.

Mi madre nació en Jaén, en la zona norte de Cajamarca, una región de la cordillera nororiente lo suficientemente tropical y cercana al Marañón para que sus pobladores se crean más selváticos que serranos... aunque en sus inicios Jaén fue poblado por cutervinos y chotanos. Justamente la familia de mi abuela materna provino de algún rincón de la zona de Cutervo, mientras que mi abuelo había migrado desde la zona de Huari. En la casa de mis abuelos, en plena plaza de Jaén, siempre hubo un árbol de limón que era mi mayor codicia, un árbol de cucarda, y un inmenso jardín de flores que mi madre solía cuidar. Solíamos ir por lo menos un mes al año.

Como pueden ver, a pesar de llevar en la frente el estigma de ser citadino y encima de edificio, el cielo limpio, el sol brillante, el verde en todo su furor y el agua en todo su torrente siempre estuvieron en mi sangre y en mis referentes.

Mi contacto directo con la naturaleza salvaje, sin embargo, fue un poco menos lindo: en 1983 el "Fenómeno del Niño" borró más que nunca la carretera Olmos- Jaén. Incluso en Chiclayo, donde casi nunca garúa, hubo lluvias tremendas, así que la ida al norte era una osadía. Para esa ruta sólo conseguías unos buses que hoy no servirían ni para museo, eran unos simples micros un poquito más grandes, con asientos que ni se reclinaban y en los que era más cómodo ir de pie, y sin baño, claro.

Obviamente nos quedamos atascados en mitad de la cordillera, felizmente no tan alto que hiciera mucho frío. Ahí por primera vez supe lo que es trepar un cerro hundido casi hasta la cintura (me cargó Coco, un amigo de la familia), comer lo que hubiera (nunca sabías si la gallina lo era, y menos el cabrito), ver precipicios inmensos a pocos centímetros de uno, ver buses volcados muchos metros más abajo, y aprender la solidaridad necesaria para ayudarse unos con otros. Las maletas eran lo menos importante, había que llegar a algún lado para protegerse del frío, de la lluvia, de otro derrumbe, y todo ello antes que se hiciera de noche, pues podría aparecer un zorro, un puma, o algún ladrón.

La verdad no sé si vi lechuzas, pero sí llegó la noche, y habían muchas aves dando vueltas. Fue una experiencia única, para mí que "campamento" significaba a lo mucho ir muy temprano al campo y volver por la tarde. Ver la naturaleza tan cerca, de golpe, fuera a plena luz o en la oscuridad, sin motores que pudieran sacarte de ahí, con lagartijas, iguanas, tarántulas, luciérnagas, libélulas, escarabajos, murciélagos, gallinazos, armadillos y zorrillos que nos encontraban estorbando su hábitat, nos lanzaban algún chillido y buscaban la manera de pasar por encima o por debajo.
Y la tierra. La tierra en todos sus colores, en todas sus durezas, desde la más arenosa, pasando por la tierra fértil, la tierra negra, la arcillosa, las rocas ordenadas como torta helada, un piso gris, un piso amarillo, un piso verde... como en los libros.

Mi primer viaje por mar, en 1984 creo, fue en un barquito muy chiquito, no sé cómo se dice, ¿lancha grande? que no llegaba a bolichera. Ahí me enteré que el mar no era la playa, y que los delfines estaban ahí cerquita, un poco más allá de los bañistas, junto a nutrias y lobos marinos. Yo quería ver una ballena, hasta me hubiera encantado que me trague, pero aunque no la vi, igual quedé fascinado.

He tenido la suerte de ver todas esas cosas desde muy pequeño. Ahora conozco niños de 4 y 5 años que están totalmente seguros de que jamás conocerán mucho de la naturaleza "porque cuando seamos grandes ya no va a quedar". Por eso quise participar de este primer BLOG ACTION DAY dedicado al Medio Ambiente, porque aún podemos aprender.

1 comentario:

Dragón del 96 dijo...

A mi me gusta la naturaleza y siempre que puedo viajo solo para alejarme de tanta tecnología, por suerte, mi pequeño sobrino también es fan y no es tan pesimista como los niños que dices conoces...

Slaudos.

En gringolandia no soy tan nerd